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OTROCÁCERES

Opinion Global

"Al contrario que el modelo Auschwitz, el modelo Hiroshima no produce ningún escándalo"

Entrevista con el escritor Santiago Alba Rico

Beatriz R. Viado

Les Noticies

Una mirada crítica a la realidad señalando grados de responsabilidad y «colaboracionismo», junto con las coartadas que posibilitan la barbarie humana es lo que apunta el filósofo y escritor Santiago Alba Rico, que acaba de publicar «Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos» (Editorial Hiru). El pensador participó en Xixón en la XI Semana de conferencias del Aula Popular José Luis García Rúa, donde habló de «Política y teología: El discurso del mal».

- Usted distingue entre el "modelo Aushwitz" y el "modelo Hiroshima" de la barbarie humana. ¿Qué diferencia a uno de otro? ¿Podemos establecer una relación entre tecnología y moral?

 De entrada hay que protestar por el hecho de que, cada vez que se denuncia otro crimen, nos sentimos obligados a insistir en la “excepcionalidad” o “monstruosidad” del holocausto judío. Dicho esto, hay que añadir enseguida que el “modelo Auschwitz” no es más –¡como si fuera poco!- que el colofón industrial de un procedimiento de deshumanización horizontal del Otro trágicamente rutinario en la historia de la Humanidad. Más allá de la propaganda sionista, nuestro saludable horror frente a los lager obedece a dos factores simultáneos. Por un lado, Auschwitz representa el fracaso y el éxtasis de la Modernidad: la Razón y la Técnica, potencialmente liberadoras, se ponen al servicio de la destrucción y el exterminio. Pero al mismo tiempo, si Auschwitz todavía nos estremece es precisamente porque nos resulta antropológicamente familiar: su horizontalidad nos permite representarnos, en el marco de nuestra imaginación finita, la brutalidad del verdugo y el dolor de la víctima e incluso ponernos, ateridos de frío, en el lugar de cada uno de ellos. Y nos permite, simultáneamente, establecer conexiones morales y jurídicas entre la acción de unos y la pasión de los otros.

El caso de Hiroshima es diferente y, por sus consecuencias, más grave. La verticalidad tecnológica de la agresión determina para empezar la “irrepresentabilidad” –como nos recuerda Gunther Anders- de la relación entre la acción inocente de apretar un botón y la “aparición” repentina de decenas de miles de cadáveres: los hombres bajo las bombas nunca llegan a ser lo suficientemente humanos como para que haya que deshumanizarlos. Determina también un marco de autolegitimación teológica del agresor. Las fotografías de las torturas de Abu-Gharaib (expresión turística de Auschwitz) demandan una reacción moral; las fotografías del sur de Beirut bombardeado por Israel apenas una reacción estética: hay algo hasta bonito en la ausencia divina del verdugo en ese paisaje de ruinas desmigajadas, indiscernibles de las que produciría un terremoto. Desde el “modelo Hiroshima” casi se siente nostalgia de Auschwitz. En uno de sus libros, Slavoj Zizek cuenta un sueño recurrente, paradójicamente liberador, de los pilotos estadounidenses que bombardean Iraq: sueñan que matan a sus enemigos cuerpo a cuerpo, a cuchilladas. Es una tentativa de restablecer un modelo comprensible, antropológicamente familiar, para la imaginación, el derecho y la moral. Es casi la tentativa liberadora de asumir una responsabilidad mensurable.

Pero se olvida además que el acto inaugural del “modelo Hiroshima” es el acto constitucional de la humanidad como especie amenazada. Sólo a partir de él el humanismo tiene sentido y sólo como humanismo defensivo. La rutina del bombardeo, la proliferación nuclear, la disolución en el aire de las radiaciones derivadas del uso del uranio empobrecido (o fósforo o napalm o glifosfato), hacen que, en un mundo perverso, la posibilidad del genocidio sea un delito menor frente a la posibilidad real, ilusoriamente reprimida, del ontocidio; es decir, de la desaparición de la especie humana. En todo caso, insistir en Hiroshima, como modelo naturalizado de la postguerra mundial, es tanto más necesario cuanto que es objeto de un negacionismo mucho más eficaz que el de Auschwitz, fuente siempre de escándalo social cuando no de persecución legal. Excluido de los procesos de Nuremberg y de Tokio, el “modelo Hiroshima” (pensemos tan sólo en Faluya) no sólo es inimputable jurídicamente sino que es aceptado, aplaudido y justificado como instrumento quirúrgico -¡la posibilidad misma de la destrucción total!- de la Civilización y los DDHH.

- Certifica el fracaso del Tribunal de Nuremberg en la condena al nazismo, indicando que en ese fracaso está el germen de lo que sucede hoy en Iraq. ¿Qué hubiera significado que este Tribunal fuera más allá? ¿Hablaríamos de un mundo distinto de tener una trascendencia real esta condena al nazismo?

 El filósofo y jurista italiano Danilo Zolo ha analizado muy bien esta continuidad entre el tribunal de Nuremberg y el de Bagdad en un libro elocuentemente titulado “La justicia de los vencedores”. De algún modo, los vicios de origen del orden jurídico internacional de la postguerra mundial fueron paradójicamente reprimidos o disimulados por el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría. Tras la derrota de la Unión Soviética, el fracaso de la ONU como instrumento supranacional encargado de regular las relaciones internacionales ha quedado al desnudo: bajo la hegemonía brutal de los EEUU, la idea propugnada por el gran jurista liberal Kelsen de “la paz a través de la ley” ha sido definitivamente sustituida por la de “la paz a través de la guerra”. Lo que estamos descubriendo ahora, particularmente desde el 11-S, es que no se ha solucionado ninguno de los problemas que condujeron a la segunda guerra mundial y que el establecimiento de un verdadero régimen de justicia universal es inseparable de la eliminación de los obstáculos, económicos y políticos, que impiden la soberanía de los pueblos. Debemos rescatar el Derecho de las mismas manos que saquean las riquezas y destruyen el planeta en su nombre.

- Hanna Arendt se declaraba incapaz de explicar el "mal radical" desplegado en el genocidio nazi. ¿Sigue siendo necesario buscar explicación a ese "mal radical?

El peligro de señalar un “mal radical” inaprehensible para el análisis es el de situar fuera de la humanidad fuentes de amenaza ontológicamente irreductibles. Esto es precisamente lo que hizo el nazismo y lo hizo a través de principios jurídicos (el de analogía o el de “derecho penal del enemigo”) que justificaban la intervención preventiva contra grupos de riesgo o “razas” inasimilables. A eso se llama totalitarismo. Al menos como ficción performativa, debemos aceptar lo que he llamado “rousseaunianismo epistemológico” y “rousseaunianismo jurídico”: nada debe escapar al conocimiento y nadie debe escapar a la protección de la ley. Este es el único camino de seguir reivindicando la política y el derecho allí donde cada vez más se nos impone un discurso teológico que trata de justificar una nueva dictadura planetaria en nombre de la lucha contra el Mal. El imperialismo capitalista –y su réplica “terrorista”- están dispuestos a cometer cualquier crimen, contra los hombres y contra el lenguaje, con tal de impedirnos abordar las causas sociales y económicas de los conflictos que desangran el planeta.

- Usted califica el lenguaje políticamente correcto de Rodríguez Zapatero de "magia", ante expresiones como la de "alianza de civilizaciones". Esta terminología es tildada por el filósofo Gustavo Bueno de "pensamiento Alicia", refiriéndose a su simplicidad e incluso inocencia. ¿De qué es signo la fraseología empleada por Zapatero? ¿Por qué magia?

 En relación con lo que acabo de decir, la “alianza de civilizaciones” no es más que el mismo fraude con rostro humano: trata igualmente de evitar por todos los medios, pero con mejor “talante”, llamar a las cosas por su nombre e interpelar las verdaderas causas y los verdaderos responsables de la creciente violencia generalizada: los EEUU, las multinacionales, la globalización capitalista. Cuando uno quiere cambiar con palabras hechos introducidos con tanques y privatizaciones, eso es “magia”. Como he dicho en otras ocasiones, el lenguaje es muy poderoso para alimentar los hechos, pero no para transformarlos; es “magia” para el bien y gasolina para la destrucción. El lenguaje pacifista no establece la paz, pero el lenguaje belicista atiza la guerra. Frente a la “magia” de Zapatero, Gustavo Bueno prefiere últimamente la gasolina incendiaria. Ambos coinciden, en todo caso, en no contemplar siquiera la única solución que aún no se ha probado: la justicia. Es absurdo ir a la ONU a proponer una alianza entre cosas que no existen y que nadie sabe quién representa en lugar de ir a exigirle que imponga de una vez el cumplimiento de todas sus resoluciones.

- En su último libro "Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos" aparecen una serie de artículos en los que Iraq y Palestina son un tema central y en los que tiene mucha importancia la mirada propia, la de alguien que se sabe perteneciente a la "tribu" que ejecuta o consiente las atrocidades que se están cometiendo. ¿Culpabilidad cristiana, reconocimiento de uno mismo, confesión de complicidad…?

 En mi libro hago un doble uso del “nosotros”. Por un lado, hay un uso retórico y provocativo, al estilo del periodista inglés Robert Fisk, orientado a recordar el carácter interesadamente “tribal” de vastas empresas de destrucción amparadas en valores universales y a no dejar escapar a los lectores hacia etéreos recintos olímpicos de inocencia impersonal. Pero hay también un “nosotros” objetivo y material (de “clase” si se quiere) que no debemos olvidar. En 1876, el virrey de la India, lord Lytton, organizó en Delhi el banquete más caro y suntuoso de la historia mundial para festejar el entronizamiento de la reina Victoria como Emperatriz colonial. Durante una semana 68.000 invitados –oficiales y colaboracionistas- no dejaron de comer y de beber; durante esa semana, según cálculos de un periodista de la época, murieron de hambre 100.000 súbditos indios en el marco de una hambruna sin precedentes que se cobró al menos 30 millones de vidas y que fue inducida y agravada por el “libre comercio” impuesto desde Inglaterra. Esta monstruosa “anécdota” me parece una buena metáfora. Mike Davis –de quien he recogido la historia- recuerda que en 1789 un sans-culotte francés y un paria de la india tenían más cosas en común de las que ambos podían tener con un aristócrata o un reyezuelo local. Hoy ya no. Incluso nuestros parados europeos están sentados a la mesa del banquete y participan de él. En esta mesa, claro, hay diferencias entre los invitados, como las había –reflejadas en su ubicación espacial- en la de lord Lytton, pero de algún modo, frente a los hambrientos del exterior, formamos un “nosotros” bastante compacto. Es verdad que estamos atrapados en la mesa como los otros están atrapados en el hambre; es verdad que somos prisioneros de nuestras ventajas como los otros lo son de su sufrimiento. Pero estas ventajas nos proporcionan la ventaja también del conocimiento y de una libertad relativa y con ellas la exigencia política y moral de que no aceptemos este reparto. Esto nada tiene que ver con el cristianismo. El cristiano se siente culpable en cuanto que hombre por un pecado de origen; “nosotros” somos desigualmente responsables como colaboracionistas activos o pasivos de una estructura de exterminio que por el momento nos beneficia y de las decisiones políticas que la gestionan y la lubrican.

- Afirma que "cada vez es más difícil saber quién muere de muerte natural". ¿De qué vamos a morir?

Esta estructura porta en su seno, como una necesidad, la erosión de todas las diferencias (medios/fines, inocentes/culpables, guerra/paz). La vida del hombre ha consistido siempre en un conjunto de prótesis o artificios, pero nunca su muerte había quedado tan confusamente disuelta en ellos. ¿Hay muertes naturales? Informes ingleses, por ejemplo, demuestran que el uranio empobrecido usado por EEUU e Israel en Medio Oriente ha hecho aumentar el nivel de radiación en toda Europa. La agresión militar e industrial al ecosistema se ha incorporado, bajo la forma de una amenaza permanente, a la cadena alimenticia y al aire que respiramos. El tsunami de Indonesia, ¿fue un fenómeno natural? El aumento de cánceres en todo el mundo, ¿es culpa de los fumadores? El asma de los nigerianos, ¿es una dolencia natural? Dados al mismo tiempo el nivel de agresión y los recursos médicos y materiales de la humanidad, podemos decir que cualquier muerte por debajo de los 75 años, en cualquier lugar del mundo, resulta ya sospechosa y debería ser investigada. Y aquí conviene dejar a un lado el “nosotros” para señalar con el dedo a los responsables. El record de los 100 metros no es un logro humano como la destrucción de la especie no es un suicidio de la humanidad. Son las multinacionales y los gobiernos que servilmente las apoyan (casi todos los del planeta) los que están matando de muerte natural –desde aviones o desde el mercado- a todo el mundo.

-Una de sus preocupaciones más importantes son los estereotipos y las generalizaciones que occidente atribuye al mundo árabe. ¿A qué responde esta tendencia a hacer de lo diverso un todo homogéneo? ¿Existe también en el mundo árabe esta tendencia? ¿Cómo se ve/interpreta desde el mundo árabe a occidente?

 Esta tendencia hay que inscribirla en este rápido retroceso de la postmodernidad a la premodernidad de la que ya he hablado otras veces. Lo que me preocupa, en todo caso, es que la construcción del musulmán como un Otro susceptible de destrucción (representado como una unidad negativa inasimilable) no es el resultado de algunas voces fanáticas y marginales sino que forma parte del discurso institucional de los gobiernos, los intelectuales y los medios de comunicación: desde Margarita de Dinamarca hasta Marcello Pera, de Gabriel Albiac a Daniel Pipes, de Oriana Falaci a Tom Tancredo, la islamofobia tiene el poder material para construir evidencias espontáneas. No olvidemos que el fascismo es precisamente eso, el gobierno de los incendiarios, y que los incendiarios han tomado ya casi todas las radios, los periódicos y las televisiones. Cuando la esfera pública abandona el lenguaje políticamente correcto (es decir, mágico) hay que aguardar enseguida pogromos, Gestapos y campos de exterminio.

El mundo musulmán refleja y responde, claro, a esta ofensiva. Es bastante banal la comprobación de que las víctimas construyen mitos defensivos a la medida del proyecto del agresor y muy funcionales a sus propósitos. En Túnez, por ejemplo, país donde vivo desde hace años, los amigos más laicos y contrarios al islamismo han vivido como una ofensa las caricaturas de Mahoma, las palabras del Papa o la ejecución de Sadam Hussein: sus sentimientos han sido construidos –y han convergido así en una especie de comunidad inducida- por la clara premeditación de esa provocación. La citada Hannah Arendt explicó a menudo este proceso muy sencillo de conversión identitaria de la violencia ajena: los judíos más asimilacionistas se volvían “judíos” cuando les cosían la estrella amarilla en el traje; transformaban esta imposición racista en un sentimiento de orgullo identitario. Los clichés impuestos al mundo árabe y musulmán –después de siglos de colonialismo y en el marco de una agresión armada permanente en Palestina, Iraq, Líbano, Afganistán- funcionan como la estrella de David cosida en la ropa de los judíos alemanes: sirven sobre todo para construir “musulmanes” –y evitar el riesgo de que se vuelvan naturalmente socialistas. Este proceso describe lo que pedantemente llamaba el antropólogo Bateson “cismogénesis”, en virtud de la cual el comportamiento de uno mismo es la causa y el efecto del comportamiento del Otro. En estas relaciones de “cismogénesis” hay sólo dos alternativas posibles: la “complementaria”, en la que se responde con sumisión alienada a la hegemonía del contrario, o la “simétrica”, en la que se responde tratando de aumentar y sobrepujar indefinidamente la misma apuesta del contrario. El modelo de la “cismogénesis simétrica” es el potlach, la necesidad de contestar al Otro con un record mundial de muertos, con un nuevo y superior registro de cadáveres (un poco lo que está ocurriendo en Iraq). Si no puede imponer la sumisión, el modelo que prefiere el imperialismo es precisamente el potlach: porque  es el que mejor evita la política y el que mejor justifica toda intervención al margen del derecho y la moral. Lo que debe comprender el mundo árabe y musulmán es que toda “cismogénesis” es dependencia y que la soberanía sólo se alcanza rompiendo al mismo tiempo (como en Latinoamérica) con la sumisión occidentalista y con el potlach. La izquierda anti-imperialista occidental es en parte responsable de esta deriva identitaria: nos ha faltado a la vez modestia y solidaridad y la necesidad de establecer un amplio campo anti-imperialista pasa por la aceptación, nos guste o no, del retroceso en el mundo árabe y musulmán de la izquierda en favor del islamismo y por el reforzamiento de contactos con nuestros afines sobre el terreno. En este sentido es Latinoamérica, y no Europa, la que debe jugar un papel decisivo, como alternativa y como ejemplo.

- Respecto a la mirada son recurrentes en sus trabajos las críticas a los medios de comunicación: ¿Por la distancia que nos dan de los hechos, porque nos separan de ellos, manipulan…?

 Más que por la “distancia” es por su proximidad total. Más allá de las manipulaciones y los clichés, cuya eficacia no se puede desdeñar, esta “proximidad total” es un producto industrial –a igual título que nuestras zapatillas Nike y nuestros MP3- destinado a un consumo directo muy tranquilizador. Los medios de comunicación son en gran parte responsables de eso que he llamado el nihilismo espontáneo de la percepción, en cuyo seno se borran las diferencias entre una Guerra y una Olimpiada, entre las torturas de Abu-Gharaib y un Parque Temático, entre la información y la publicidad. Las ediciones digitales de los periódicos ofrecen todos los días, uno al lado del otro, titulares como éstos: “Vea los últimos instantes de Sadam Hussein”, “Vea las imágenes de la pasarela Cibeles”, contribuyendo de esta manera a la “monumentalización” rutinaria y tranquilizadora del horror más abyecto. De hasta qué punto esta confusión se ha inscrito en nuestra percepción inmediata –sin el menor malestar moral por nuestra parte- da buena prueba una fotografía que recientemente ha ganado un premio internacional y que ha circulado extensamente: en ella se ve a un grupo de pijos cristianos en un coche de lujo –uno de ellos tapándose la nariz para evitar los malos olores- fotografiando con sus teléfonos móviles las ruinas de los barrios populares de Beirut bombardeados por Israel.

-Una última cuestión respecto a su faceta de guionista de La Bola de Cristal: si hoy volviera a emitirse, ¿necesitaría de muchas actualizaciones?

 Me temo que sólo habría que cambiar los nombres de los políticos. El problema es que el abandono del lenguaje políticamente correcto hace ya casi imposible satirizar las intenciones de nuestros gobernantes. Las hipérboles de la bruja Avería son la normalidad explícita de los discursos y las noticias. De algún modo, es ella ya quien gobierna, aunque Bush sin duda es mucho menos divertido. Como he escrito en otras ocasiones, la bruja Avería redactó sin saberlo el programa de la administración neocón estadounidense –y casi me siento culpable por ello.

Filantropía y privatización de la cooperación al desarrollo. Por Miguel Romero (Acsur -Las Segovias)

La filantropía tiene buena prensa. Mezcla la compasión con el dinero y se beneficia de los efectos colaterales de la (in)cultura mediática generada por la llamada “prensa del corazón”. La concesión del premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional a la Fundación Bill y Melinda Gates ha empujado el tema a las portadas de los medios y parece haber iniciado una subasta entre “filántropos” a la que se han sumado Branson, Turner, Buffett y otros megamillonarios. El tema merece un comentario. Pero antes hay que situarlo en el contexto que permite comprender su función política en la escena internacional, como expresión y vector de la privatización de la cooperación al desarrollo.

 


MIGUEL ROMERO

La ideología de la privatización

Para abordar en las dimensiones de este artículo la privatización de la cooperación al desarrollo voy a basarme en un texto publicado hace algún tiempo [Carol C. Addelman. The privatization of Foreing Aid: Reassessing National Largesse (La privatización de la Ayuda Exterior: una reevaluación de la generosidad nacional). Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 2003] que, a mi parecer, expresa muy bien el sentido de este proceso tal como se desarrolla en los EE UU que, como siempre, muestra aquí la dinámica general de los acontecimientos internacionales.

Addelman empieza afirmando que estamos en una “tercera ola” de la ayuda exterior norteamericana. Las dos anteriores (“ayuda” a Europa y Asia tras la 2ª guerra mundial y durante la Guerra Fría; “ayuda” a Europa Oriental tras el colapso de la URSS) estuvieron basadas en fondos públicos. Esta “tercera ola” estaría orientada principalmente a Oriente Medio y África y basada en fondos privados: en esta “tercera ola”, “el dinero privado hace la diferencia”.

Según Addelman, el factor fundamental mediante el cual los americanos “ayudan a los demás” está constituido por las fundaciones, las PVOS (“private voluntary organizations”, organizaciones privadas de voluntarios, equivalente a ONGs), corporaciones, universidades, grupos religiosos y donaciones individuales dirigidas directamente a “familias necesitadas”. Una estimación “conservadora” valoraría estos fondos en unos 35.000 millones de dólares, lo que equivaldría a tres veces y media la AOD norteamericana.

A partir de 1990, este proceso se habría manifestado particularmente en el desarrollo de la filantropía: entre 1990 y 2000, el número de fundaciones privadas pasó de 32.000 a 56.000; han surgido “megadonantes”, como Gates, Turner y Packard; sólo las donaciones hacia el extranjero de las fundaciones se han multiplicado por cuatro hasta llegar a los 3.000 millones de dólares anuales, superando, destaca Addelman, la AOD de algunos de los gobiernos “más generosos”; las de las PVOS llegan a los 7.000 millones de dólares, etc. Y por si esto fuera poco, Addelman descubre un nuevo y potente miembro de la “ayuda privada” norteamericana: las remesas de los inmigrantes (sic). Esta “ayuda privada” sería, además, más eficiente y haría una mejor “rendición de cuentas” que la ayuda pública; la autora no considera necesario justificar este dogma neoliberal.

Finalmente, Addelman nos da la moraleja del cuento: Fundaciones, iglesias, universidades, hospitales, corporaciones, asociaciones de negocios, grupos voluntarios e inmigrantes que trabajan duramente (hard-working inmigrants) no sólo estarían entregando “dinero a los países en desarrollo”. Además entregarían “valores de libertad, democracia, espíritu empresarial y trabajo voluntario”. A la autora sólo le falta añadir la desvalorización de lo público y sus subordinación a los intereses privados para completar la versión oficial del american way of life. Ésta transmisión conjunta de dinero y moral neoliberal es la función política de la filantropía en la cooperación al desarrollo.

Gates-Hyde y Gates-Jekill

Hasta aquí la ideología de la privatización de la cooperación al desarrollo, expuesta con una claridad y una falta de escrúpulos que uno francamente agradece, en este mundo de la “ayuda internacional”, tan frecuentemente empapado de consensos entendidos como buenas maneras (“manners before morals”, “la cortesía por delante de la moral”, como diría Oscar Wilde). Veamos ahora la práctica.

El pasado 5 de mayo, el Premio Príncipe de Asturias fue otorgado a la Fundación Bill y Melinda Gates “por su generosidad y filantropía ante los males que siguen asolando al mundo”. La pareja ha dedicado a actividades filantrópicas 8.000 millones de euros en los últimos cinco años de una fortuna calculada en 40.000 millones; no se informa de su crecimiento anual, gracias a los enormes beneficios de las actividades no filantrópicas del imperio Microsoft. El periodista de El País John Carlin comentando la noticia utiliza una expresión muy apropiada para definir esta fortuna: la llama “botín familiar” (El País, 5/05/2006 p.55); es sabido que el significado habitual de la palabra “botín”, sin entrar ahora en apellidos que podían muy bien formar parte de esta historia, es “conjunto de objetos robados”.

La Fundación Gates muestra muy claramente las contradicciones de la filantropía. Por una parte, el origen de la fortuna de Gates está en el éxito para imponer prácticamente un monopolio de oferta en los programas para ordenadores. Es conocido que el empresario Gates-Mister Hyde ha recurrido y recurre a cualquier procedimiento, burlando cuantas leyes ha podido sin el menor escrúpulo, para imponer sus productos a gobiernos y clientes privados. Pero el filántropo Gates-Doctor Jerkill se autonomiza de su alter ego, de acuerdo con los principios de la moral capitalista, que considera que los negocios están sometidos a un solo valor: los máximos beneficios para los accionistas; no entraré en esta ocasión en el limbo de la “responsabilidad social corporativa” en el cual, pero no en la vida real, pueden mezclarse agua y aceite.

Así, las fundaciones se alimentan de fondos provenientes de prácticas empresariales que contribuyen a crear los problemas sociales que la filantropía pretende aliviar. Más allá de los casos individuales, estamos ante un problema de sociedad: Gates, Buffett... y otros megamillonarios han acumulado su fortuna gracias a los privilegios fiscales, la desregulación de los mercados financieros, los dictados de la OMC sobre el comercio internacional..., en fin, gracias a la economía neoliberal que empobrece a la mayoría de la humanidad, incluyendo a muchos millones de personas de su propio país.

En una sociedad organizada dignamente, poseer estas inmensas fortunas (el “botín” de Gates o Buffet multiplica por cuatro el presupuesto anual de las Naciones Unidas: 9.500 millones de euros) sería considerado un “derecho in-humano”, rechazado por la sociedad y penalizado por las leyes. En cambio, en una sociedad como la nuestra, regida por el mercado, se valora la “generosidad” de la Fundación Gates. Pero si en el mundo de la telemática alguien merece reconocimiento por su solidaridad son quienes trabajan en el software libre, poniendo su trabajo y sus conocimientos, que les permitirían enriquecerse, al servicio de la sociedad frente al todopoderoso Microsoft.

Las contradicciones de la filantropía

Las actividades filantrópicas tienen una obvia dimensión publicitaria que, además de satisfacer la vanidad de sus protagonistas, producen importantes efectos indirectos en sus negocios; así ocurre especialmente con las fundaciones vinculadas a las grandes empresas, que actúan frecuentemente como sociedades instrumentales al servicio de su casa matriz para la apertura de mercados y operaciones de lavado de imagen.

Pero finalmente, es cierto que, en ocasiones, los fondos de la filantropía contribuyen a la resolución de problemas sociales importantes. Hay aquí problemas reales a considerar, especialmente cuando estos problemas son planteados por personas que merecen admiración y respeto (lo cual entre paréntesis, no ocurre siempre: muchas veces el dinero encierra en el cajón los “códigos de conducta” por razones que no merecen ningún respeto). Volvamos a la Fundación Gates. Uno de sus programas más populares es la financiación de las investigaciones del doctor español Pedro Alonso en el Centro de Investigación en Salud de Manhiça en Mozambique para obtener una vacuna contra la malaria. Los trabajos están ya muy avanzados y posiblemente en el año 2010 se dispondrá de la vacuna y con ella de una herramienta eficaz frente a una de las más mortíferas “enfermedades de los pobres”.

Comentando la concesión de Premio Príncipe de Asturias a la Fundación Gates, Alonso felicitó a la Fundación Gates por “impulsar una revolución en la salud pública mundial”. Con todo respeto, no es verdad.

La vacuna RTS.S está patentada por uno de los gigantes de la industria farmacéutica, la Glaxo Smith Kline, industria que reúne a las corporaciones mas despiadadas de nuestros mundo, habituadas a sacrificar la salud a los imperativos del negocio. La terrible historia que contó John Le Carré en El jardinero fiel es un pálido reflejo de la realidad del oligopolio llamado Big Pharma, del cual Glaxo es un miembro relevante.

Es muy instructivo conocer el trazado de la gestión por parte de Glaxo de su patente: las primeras investigaciones de la vacuna se hicieron en los laboratorios del ejército norteamericano, es decir, con dinero público. Glaxo vio oportunidades de negocio y se hizo con la patente. A los quince años abandonó la investigación porque no era rentable, pero mantuvo la propiedad de la patente. Posteriormente, los fondos provenientes de la Fundación Gates, y la subvención de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Centro Manhiça, relanzaron las investigaciones, ahora bajo la dirección de Alonso. Pero cuando la vacuna se comercialice, su propiedad corresponderá por entero a Glaxo y estará protegido por el leonino régimen de patentes de la OMC. Glaxo dice que “venderá barata” la vacuna. Pero, ¿por qué Glaxo va a lucrarse gracias a un medicamento de altísimo interés social, que se ha desarrollado gracias a donaciones públicas y privadas “sin ánimo de lucro”? Un fármaco creado gracias a este tipo de subvenciones y destinado a poblaciones empobrecidas no tiene que ser “barato”; tiene que ser gratuito.

Alonso considera que “parte de la lucha” por conseguir fármacos para las patologías que se ceban en los países pobres, para los que “no hay mercado”, reside en “interesar” a los grandes laboratorios. Constata que “no hay vacuna en el mundo” que no haya sido producida por estos laboratorios. Pero constata también que la mayoría de la gran industria ha cerrado los laboratorios destinados a investigar sobre estas enfermedades “no rentables”, lo cual explica que el 90% de los recursos mundiales de investigación biomédica esté destinado al 10% de problemas de salud, es decir a los problemas “rentables”.

Ésta es la clave: en realidad, los fondos públicos y de origen filantrópico destinados a combatir las enfermedades de los pobres se destina en realidad a hacerlas rentables para la gran industria que posee las patentes.

Se entiende muy bien que Pedro Alonso y su equipo busquen, por encima de todo, sacar adelante su investigación, que merece sobradamente el reconocimiento de la gente solidaria.

Su trabajo no es denunciar las contradicciones de la filantropía (y, en este caso, además de la cooperación pública española). Pero el nuestro, el de las organizaciones y movimientos solidarios, sí. Porque mientras la sanidad pública esté bajo las riendas del Big Pharma, no habrá derecho a la salud para las poblaciones empobrecidas del mundo, cuando ya existen los conocimientos y los equipos de profesionales médicos y sanitarios sobradamente capaces para hacer ese derecho realidad. Fecha Publicación: 30/11/2006


Miguel Romero es coordinador de Estudios y Comunicación de ACSUR-LAS SEGOVIAS. Este artículo ha sido publicado originalmente en AIS (Agencia de Informaciones Solidarias) el 30/11/2006.